¨Cuando solo era un niño, hubo un puñado de adultos que observó en mi, algunas ideas que me señalaban distinto, una sensibilidad que se imponía de un modo prematuro y hasta se animaron a pronosticar en ella un futuro promisorio. Portador de un lenguaje impropio de la niñez, celebraron ellos mis ideas y mi decir. Ninguno quizás reparó en el dolor, en la inherente dificultad que la lucidez confiere para quienes tienen la humilde pretensión de encajar.
Sí, hablo de dolor, y advierto a quienes me quieren, que no jodan. Que no regurgiten sus temores y no ensayen amparos urgentes y me dejen hablar de aquello que dio inicio a todo esto: el dolor. Porque en mi camino a la adultez también mal aprendí que el dolor aleja las oportunidades, y que es mala idea saberte dolido, porque hasta el amor se niega para quienes se duelen sin pudor.
Así es que pasados mis treinta años deje de escribir, y deje de dolerme porque entendí que no era productivo, y que mis esperanzas de construir lecho y ser amado, estaban supeditadas a mi capacidad de simularme entero. Lejos hoy del augurio de grandeza que se anidaba en el fuego de mi infancia, soy un hombre común, de una incomodidad recurrente y de capacidades escazas para conformar las demandas típicas de la existencia.
Sea entonces tiempo de asumir las cartas obtenidas en esta ronda, y enfrentar la partida con la honestidad antigua y volver a escribir. Escribir como en la infancia, escribir para evitar, escribir para entender, escribir para perdonar, escribir para no merecer el olvido.
Incómodos, pertenezco a quienes estamos incómodos por naturaleza, a quienes el talle de la vida nos queda muy pequeño, o demasiado holgado. A quienes nos asfixia la pericia de las ciudades, a quienes se nos desatan solos los cordones de los zapatos, quienes confundimos el "tire" con el "empuje" de las puertas de los locales, quienes perdemos nuestras pertenencias, quienes aprendimos a vivir con un candado en la garganta, y no sabemos del éxito de estar bronceados, ni las venturas del progreso material y nos sucede tan sencillo que el día nos duela.
Ocurre entonces que lejos de los logros míos pretendidos por otros, intento construir una tregua entre lo prometido y lo sucedido. Deberé entonces para escribir, obtener la cándida honestidad de los tiempos en que yo era una apuesta ajena, y vaciadas las pandoras y los desvanes esperanzarme solo de verdades y decir que no fue sencillo. Que han sido años de incomodidad recurrente, en la que silencie mi capacidad de vislumbrar al desgraciado, y le negué ternura a tanto incomodo colega que en mi camino se ha cruzado. Que tanta salud se ha perdido en el intento vano de simular lo dolido por amor a quienes me aman. Así que esta es la incómoda confesión de un hombre incomodo, es intentar ablandar los sillones del sofá, es la búsqueda de una verdad anatómicamente complaciente, y hasta una egoísta decisión de descalzar el alma y abandonar todos los artilugios adquiridos, y llenar mis palabras de descuidos. Pero también es una invitación, un abrazo colectivo a tanta incomodidad pululante y silenciosa. Sera quizás la voluntad de construir epifanías, y percibir a esta incomodidad en una suerte de resistencia, aunque exista quien le incomode.“
El hombre racional se adapta al mundo que le rodea; el hombre irracional se obstina en intentar que sea el mundo quien se adapte a él. Por tanto, todo progreso se debe al hombre irracional. (George Bernard Shaw)
viernes, 30 de septiembre de 2016
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