El economista tiene fama de ser un poco rencoroso. “Se niega a tolerar la estupidez. No soporta ninguna manifestación de arrogancia. No le gusta que lo fastidien”, afirma Sean Wilentz, su amigo y colega profesor de historia de Princeton. “No es un Jim Baker, no es ese tipo de persona de Princeton”, dice, refiriéndose al representante del establishment que fue secretario del Tesoro de Reagan y secretario de Estado de George H. W. Bush. Pero Wilentz aclara que Krugman “no es engreído, no es una persona que hace alarde de su fama”, y que sus colegas académicos, que podrían tenerle mucha envidia, no le guardan rencor. Los talentosos del nivel de Krugman suelen burlarse de él o provocar su ira intencionalmente. En una conferencia de economía en Tokio en 1994, Krugman dedicó tanto tiempo a recriminar a los demás que sus amigos a propósito comenzaron a decirle cosas que sabían que no eran ciertas, sólo para hacerlo enojar. “Él caía en la trampa todo el tiempo”, dijo una periodista que estuvo ahí. Krugman afirma que no recuerda el incidente, pero dice que es “posible”.
Proveniente de una familia de inmigrantes pobres de origen ruso, y criado en una pequeña casa de los suburbios de clase media de Long Island, Krugman, hoy de 56 años, nunca tuvo la intención de pertenecer al grupo de los innovadores. En la escuela era considerado un nerd, y un día volvió a su casa chorreando sangre por la nariz, pero les pidió a sus padres que no se metieran, que él se cuidaría solo. “Era un niño tan tímido, que realmente me sorprende su transformación”, afirma Anita, su madre. Krugman dice que se encontró a sí mismo en la obra de ciencia ficción de Isaac Asimov, especialmente en la famosa serie de las Fundaciones: “Eran los nerds los que salvaban a la civilización”.
La universidad de su época “no era la Yale de George Bush”, dice —no había fraternidades ni sociedades secretas, sólo “tomar café en la sala del Departamento de Economía”. Las ciencias sociales, afirma, ofrecían la promesa de lo que él soñaba en la ciencia ficción: “la belleza de presionar un botón para resolver problemas. A veces, existen soluciones simples: se puede tener una idea genial”.
En la búsqueda de su propia idea genial (su modelo y héroe es John Maynard Keynes), Krugman se convirtió en uno de los economistas más importantes del país antes de cumplir los 30 años. Comenzó a trabajar en el Consejo de Asesores Económicos de la administración Reagan cuando tenía 29. Su colega y rival era otro brillante joven economista llamado Larry Summers. Ambos comparten un tipo de inteligencia aguda, pero sus carreras tomaron diferentes caminos: Summers jugando desde adentro, con lo cual logró convertirse en Secretario del Tesoro durante la Administración de Clinton y en presidente de Harvard, y luego en jefe del equipo de asesores económicos de Obama. Krugman prefirió permanecer en el mundo de las ideas, cumpliendo un papel de “académico irresponsable”, como dice un poco en broma, enseñando en Yale, MIT, Stanford y Princeton. En 1999, casi rechaza la extraordinaria oportunidad de convertirse en el columnista de la editorial de opinión económica para The New York Times. Temía que si se convertía en un mero transmisor de ideas para atraer al público en general, perdería la oportunidad de ganar el Premio Nobel.
Pero en octubre del año pasado, lo ganó. La mayoría de los economistas entrevistados por NEWSWEEK estuvo de acuerdo en que lo merecía por su trabajo revolucionario sobre el comercio global: su descubrimiento de que las teorías tradicionales de las ventajas comparativas entre las naciones, por lo general, en la práctica no funcionan.
Estaba en un hotel por entrar a ducharse cuando sonó su teléfono celular y le comunicaron que había logrado el sueño de su vida. Al principio pensó que podía tratarse de una broma. La reacción de Robin, su esposa, una vez pasada la excitación inicial, fue: “Paul, vos no tenés tiempo para esto”. Indudablemente, está muy ocupado dando clases y escribiendo sus columnas, libros y hasta seis veces por día en su blog.
Krugman cosechó enemigos en la comunidad de economistas. “Mucho de lo que dice es erróneo y no es tenido en cuenta”, dice Daniel Klein, profesor de economía en la George Mason University. Robert Solow, del MIT y galardonado con el Nobel, que fue su profesor, lo recuerda como una persona “muy retraída y de modales suaves”. Una cosa que todavía conserva es una sonrisa que juega en su rostro cuando habla, como si se estuviera mirando a sí mismo y pensando: “¿Qué estoy haciendo acá?”.
“Sin embargo —agregó Solow—, cuando comienza a escribir su columna, su personalidad se adapta a ella”.La vida académica, estimulada por honorarios por libros y conferencias, ha sido rentable y confortable. Krugman y Robin (su segunda esposa; no tiene hijos) viven en una encantadora casa de madera, piedra y vidrio que construyeron junto a un arroyo en la bucólica Princeton. Krugman señaló que a diferencia de algunos anteriores ganadores de Premio Nobel, no pidió un lugar mejor para estacionar en el campus (no estaba bromeando).
“No soy una persona desbordante de compasión humana. Es una cosa más intelectual. Yo no compro la idea de que el egoísmo es siempre bueno”. En la elección de 2008, Krugman primero se inclinó hacia el populista John Edwards y luego hacia Hillary Clinton. “Obama ofrecía un plan de salud débil”, explica.En general, Krugman elogia las iniciativas de Obama en su presupuesto de aplicar impuestos a los ricos e intentar una reforma masiva del sistema de salud. Sobre el sistema financiero dice que seguirá insistiendo para que la Casa Blanca vea los fundamentos de su argumento —que el Estado debe garantizar las obligaciones de los bancos en todos los países y nacionalizar a los grandes bancos “zombies”—, y de inmediato.
Krugman pone como ejemplo a Suecia, que nacionalizó sus bancos en la década de 1990. Pero Suecia es pequeña. EE. UU., con 8.000 bancos, tiene un sistema financiero muchísimo más complejo. Además, el Gobierno federal no tiene ni la mano de obra ni los recursos necesarios para hacerse cargo del sistema bancario.
Se describe como un “pesimista nato” y un “rebelde natural”. Pero agrega: “Lo que sí tengo es voz”.
Coincido con muchas de las ideas de Krugman, es uno de mis economistas preferidos, de la escuela de Keynes (mas adelante escribire sobre el). Sin dudas el economista del momento.
Proveniente de una familia de inmigrantes pobres de origen ruso, y criado en una pequeña casa de los suburbios de clase media de Long Island, Krugman, hoy de 56 años, nunca tuvo la intención de pertenecer al grupo de los innovadores. En la escuela era considerado un nerd, y un día volvió a su casa chorreando sangre por la nariz, pero les pidió a sus padres que no se metieran, que él se cuidaría solo. “Era un niño tan tímido, que realmente me sorprende su transformación”, afirma Anita, su madre. Krugman dice que se encontró a sí mismo en la obra de ciencia ficción de Isaac Asimov, especialmente en la famosa serie de las Fundaciones: “Eran los nerds los que salvaban a la civilización”.
La universidad de su época “no era la Yale de George Bush”, dice —no había fraternidades ni sociedades secretas, sólo “tomar café en la sala del Departamento de Economía”. Las ciencias sociales, afirma, ofrecían la promesa de lo que él soñaba en la ciencia ficción: “la belleza de presionar un botón para resolver problemas. A veces, existen soluciones simples: se puede tener una idea genial”.
En la búsqueda de su propia idea genial (su modelo y héroe es John Maynard Keynes), Krugman se convirtió en uno de los economistas más importantes del país antes de cumplir los 30 años. Comenzó a trabajar en el Consejo de Asesores Económicos de la administración Reagan cuando tenía 29. Su colega y rival era otro brillante joven economista llamado Larry Summers. Ambos comparten un tipo de inteligencia aguda, pero sus carreras tomaron diferentes caminos: Summers jugando desde adentro, con lo cual logró convertirse en Secretario del Tesoro durante la Administración de Clinton y en presidente de Harvard, y luego en jefe del equipo de asesores económicos de Obama. Krugman prefirió permanecer en el mundo de las ideas, cumpliendo un papel de “académico irresponsable”, como dice un poco en broma, enseñando en Yale, MIT, Stanford y Princeton. En 1999, casi rechaza la extraordinaria oportunidad de convertirse en el columnista de la editorial de opinión económica para The New York Times. Temía que si se convertía en un mero transmisor de ideas para atraer al público en general, perdería la oportunidad de ganar el Premio Nobel.
Pero en octubre del año pasado, lo ganó. La mayoría de los economistas entrevistados por NEWSWEEK estuvo de acuerdo en que lo merecía por su trabajo revolucionario sobre el comercio global: su descubrimiento de que las teorías tradicionales de las ventajas comparativas entre las naciones, por lo general, en la práctica no funcionan.
Estaba en un hotel por entrar a ducharse cuando sonó su teléfono celular y le comunicaron que había logrado el sueño de su vida. Al principio pensó que podía tratarse de una broma. La reacción de Robin, su esposa, una vez pasada la excitación inicial, fue: “Paul, vos no tenés tiempo para esto”. Indudablemente, está muy ocupado dando clases y escribiendo sus columnas, libros y hasta seis veces por día en su blog.
Krugman cosechó enemigos en la comunidad de economistas. “Mucho de lo que dice es erróneo y no es tenido en cuenta”, dice Daniel Klein, profesor de economía en la George Mason University. Robert Solow, del MIT y galardonado con el Nobel, que fue su profesor, lo recuerda como una persona “muy retraída y de modales suaves”. Una cosa que todavía conserva es una sonrisa que juega en su rostro cuando habla, como si se estuviera mirando a sí mismo y pensando: “¿Qué estoy haciendo acá?”.
“Sin embargo —agregó Solow—, cuando comienza a escribir su columna, su personalidad se adapta a ella”.La vida académica, estimulada por honorarios por libros y conferencias, ha sido rentable y confortable. Krugman y Robin (su segunda esposa; no tiene hijos) viven en una encantadora casa de madera, piedra y vidrio que construyeron junto a un arroyo en la bucólica Princeton. Krugman señaló que a diferencia de algunos anteriores ganadores de Premio Nobel, no pidió un lugar mejor para estacionar en el campus (no estaba bromeando).
“No soy una persona desbordante de compasión humana. Es una cosa más intelectual. Yo no compro la idea de que el egoísmo es siempre bueno”. En la elección de 2008, Krugman primero se inclinó hacia el populista John Edwards y luego hacia Hillary Clinton. “Obama ofrecía un plan de salud débil”, explica.En general, Krugman elogia las iniciativas de Obama en su presupuesto de aplicar impuestos a los ricos e intentar una reforma masiva del sistema de salud. Sobre el sistema financiero dice que seguirá insistiendo para que la Casa Blanca vea los fundamentos de su argumento —que el Estado debe garantizar las obligaciones de los bancos en todos los países y nacionalizar a los grandes bancos “zombies”—, y de inmediato.
Krugman pone como ejemplo a Suecia, que nacionalizó sus bancos en la década de 1990. Pero Suecia es pequeña. EE. UU., con 8.000 bancos, tiene un sistema financiero muchísimo más complejo. Además, el Gobierno federal no tiene ni la mano de obra ni los recursos necesarios para hacerse cargo del sistema bancario.
Se describe como un “pesimista nato” y un “rebelde natural”. Pero agrega: “Lo que sí tengo es voz”.
Coincido con muchas de las ideas de Krugman, es uno de mis economistas preferidos, de la escuela de Keynes (mas adelante escribire sobre el). Sin dudas el economista del momento.
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