martes, 31 de agosto de 2010

SEGURIDAD O INSEGURIDAD

No avanzar, permanecer donde estamos, retroceder, en otras palabras, apoyarnos en lo que tenemos, es muy tentador, porque sabemos lo que tenemos; podemos aferramos y sentimos seguros en ello. Sentimos miedo, y en consecuencia evitamos dar un paso hacia lo desconocido, hacia lo incierto; porque, desde luego, aunque dar un paso no nos parece peligroso después de darlo, antes de hacerlo nos parecen muy peligrosos los aspectos desconocidos, y por ello nos causan temor. Sólo lo viejo, lo conocido, es seguro, o por lo menos así parece. Cada paso nuevo encierra el peligro de fracasar, y esta es una de las razones por las que se teme a la libertad. (Éste es el tema principal de El miedo a la libertad).
Naturalmente, en cada etapa de la vida lo viejo y lo conocido es diferente. Cuando somos niños sólo tenemos nuestro cuerpo y los senos de nuestra madre (originalmente aún indiferenciados) Luego comenzamos a orientarnos hacia el mundo, iniciamos el proceso de ganarnos un lugar propio en él. Empezamos a desear tener cosas: tenemos a nuestra madre, a nuestro padre, a nuestros hermanos, nuestros juguetes; más tarde adquirimos conocimientos, un empleo, una posición social, una esposa, hijos, y después tenemos una especie de vida futura, cuando adquirimos un terreno en el cementerio, un seguro de vida y redactamos nuestra "última voluntad".

Y sin embargo, aunque tener cosas ofrece seguridad, la gente admira a los que tienen una visión de lo nuevo, a los que abren nuevos caminos, a los que se atreven a avanzar. En la mitología, este modo de existencia está representado simbólicamente por el héroe. Los héroes son los que se atreven a dejar lo que, tienen (su tierra, su familia, sus propiedades) y avanzan no sin temor, pero sin sucumbir a él. En la tradición budista, el Buda es el héroe que abandona todas sus posesiones, toda la certidumbre contenida en la teología hindú (su rango, su familia) y avanza en busca de una vida sin ataduras. Abraham y Moisés son los héroes de la tradición judía. El héroe cristiano es Jesucristo, que no tenía nada y (a los ojos del mundo) no era nadie. Sin embargo, actuaba con la plenitud de su amor a todos los seres humanos. Los griegos tenían héroes seculares, cuya meta era la victoria, la satisfacción de su orgullo, la conquista. Sin embargo, como los héroes espirituales, Hércules y Odiseo avanzaron sin temer a los riesgos y los peligros que les esperaban.

Los héroes de los cuentos de hadas satisfacen el mismo criterio: se alejan, avanzan, y soportan la incertidumbre.

Admiramos a estos héroes porque creemos firmemente que nos gustaría seguir su camino, si pudiéramos; pero al sentir miedo, creemos que no podemos ser como ellos y que sólo los héroes pueden hacerlo. Los héroes se vuelven ídolos; les transferimos nuestra capacidad de avanzar, y nos quedamos donde estamos, "porque no somos héroes".

Puede parecer que este examen implica que, aunque ser héroe es deseable, resulta insensato y va contra nuestros intereses. De ninguna manera. Las personas cautas en el modo de tener gozan de seguridad, pero necesariamente son muy inseguras.

Dependen de lo que tienen: del dinero, del prestigio y de su ego; es decir, de algo exterior a ellas; pero, ¿qué les sucedería si perdieran lo que tienen? Pues, sin duda, todo lo que se tiene puede perderse. Obviamente, las propiedades pueden perderse (y con éstas generalmente la posición y los amigos) y en cualquier momento el individuo puede (y tarde o temprano les sucede a todos) perder la vida.

Si yo soy lo que tengo, y. si lo que tengo se pierde, entonces ¿quién soy? Nadie, sino un testimonio frustrado, contradictorio, patético, de una falsa manera de vivir.

Como puedo perder lo que tengo, necesariamente en forma constante me preocupa esto. Tengo miedo a los ladrones, de los cambios económicos, de las revoluciones, de la enfermedad, de la muerte, y tengo miedo a la libertad, al desarrollo, al cambio, a lo desconocido. Por ello estoy continuamente preocupado, y sufro una hipocondría crónica, en relación no sólo con la pérdida de la salud, sino con cualquier otra pérdida de lo que tengo; me vuelvo desconfiado, duro, suspicaz, solitario, impulsado por la necesidad de tener más para estar mejor protegido. lbsen ofreció en su Peer Gynt una bella descripción de esta persona concentrada en su yo. El héroe sólo está lleno de sí mismo; en su egoísmo extremo cree que él es él mismo, porque es "un costal de deseos". Al final de su vida reconoce que como su existencia se estructuró alrededor de las propiedades, no logró ser él mismo, que es como una cebolla sin pulpa, un hombre inconcluso, que nunca fue él mismo.

La angustia y la inseguridad engendradas por el peligro de perder lo que se tiene no existen en el modo de ser. Si yo soy lo que soy, y no lo que tengo, nadie puede arrebatarme ni amenazar mi seguridad y mi sentimiento de identidad. Mi centro está en mí mismo; mi capacidad de ser y de expresar mis poderes esenciales forma parte de mi estructura de carácter y depende de mí. Esto también es cierto en el proceso normal de vivir. Desde luego, no en circunstancias como una enfermedad que incapacita, la tortura, u otros casos de poderosas limitaciones externas.

Mientras que tener se basa en algo que se consume con el uso, ser aumenta con la práctica. (La "zarza ardiendo" que no se consume es el símbolo bíblico de esta paradoja.) Los poderes de la razón, del amor, de la creación artística e intelectual, todos los poderes esenciales aumentan mediante el proceso de expresarles. Lo que se gasta no se pierde, sino, al, contrario, lo que se guarda se pierde. La única amenaza a mi seguridad de ser está en mí mismo: en mi falta de fe en la vida y en mis poderes productivos, en mis tendencias regresivas; en mi pereza interior y en la disposición a que otros se apoderen de mi vida; pero estos peligros no son inherentes al ser, como el peligro de perder las cosas es inherente al tener.

Del libro tener y ser de Erich Fromm

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